A veces, hay discusiones entre aficionados sobre la actuación de un equipo, del otro, o del colegiado de turno. Sin embargo, ayer hubo unanimidad para ambas aficiones sobre el árbitro Muñiz Fernández pues se le consideró culpable por no haber ganado el partido con sus decisiones. Sus decisiones acabaron desquiciando a más de un aficionado y, por supuesto, a los propios jugadores. Que un partido sin mucha historia agresiva se resuelva con tres expulsiones habla a las claras de que a alguien se le fue la mano mostrando tarjetas por doquier. No voy a entrar en discusiones con ningún aficionado "groguet" pues se puede sentir tan cabreado como nosotros. Lo que me pareció una exagerada actuación en perjuicio de unos intereses se acabó borrando de un plumazo en la segunda parte, como si algo o alguien le recomendara en los vestuarios, durante el descanso, que frenase esa actitud que ya no es sólo por las tres expulsiones sino por otros temas, como pudo ser la diferencia abismal entre el minuto de espera para que saliera a jugar Valdez en comparación con los escasos cinco segundos que tardó Cazorla, ambos lesionados en un momento del partido y esperando en la banda;también tuvo Muñiz Fernández algunos "arranques" como el de irse a por el entrenador Esteban Vigo al pedir el técnico malacitano una amonestación para un jugador del Villarreal o al banquillo del conjunto de la plana. En definitiva, demasiado afán protagonista como han citado casi la mayoría de los medios de comunicación.
Aparte de la figura del árbitro, hay que destacar a otro protagonista que lleva camino de hacer su pequeña y particular "historia de amor" con la afición herculana: Royston Drenthe jugó un partido espectacular: dio los dos goles herculanos, sea a balón parado(1-0), sea por banda derecha y centrando para que Trezeguet marcase su gol(2-1) pero también tuvo sus ocasiones con una carrera de 50 metros que Diego López evitó que desnivelara el marcador. Para mí, es la jugada clave: tras esa jugada, el Villarreal ya dejó de ser tan asfixiante, vieron la posibilidad de que el Hércules pudiese marcar en inferioridad numérica.
La primera parte fue más del dominio amarillo, motivados por el liderato y con un juego veloz que logró asustar a más de uno, más todavía cuando a los nueve minutos, Noe Pamarot veía la tarjeta amarilla.Es más, fue tal la desarbolación que eran continuas las llegadas visitantes ante la meta defendida por Calatayud. El palo de Nilmar era la más peligrosa pero nadie esperaba, tras ello, que el primer movimiento en el marcador lo hizo el Hércules en una jugada a balón parado. Drenthe saca y el esférico llega a Nelson Valdez para marcar el 1-0 aunque, en la celebración, el paraguayo tuvo que ser atendido mientras el Villarreal igualaba el marcador y seguía con la senda del peligro por las inmediaciones del área local. Al igual que en la primera ocasión, otro balón a la madera del conjunto dirigido por Garrido antecedió al gol blanquiazul en una carrera por banda derecha de Drenthe y pase para que Trezeguet enviara el balón, tras despeje fallido, a las redes. Cuatro minutos después, la jugada polémica, una falta de Borja Valero- que debió ver la segunda tarjeta amarilla tras entrada por detrás- acabó con la expulsión de Trezeguet, considerablemente ofuscado. El Hércules abarcó la segunda parte con una peligrosa apuesta por la veteranía de Rufete. Durante veinte minutos, casi hasta el empate del Villarreal, el dominio fue amarillo. Con el 2-2 y el miedo a que los castellonenses voltearan el marcador, el equipo dio un paso adelante a partir de la cabalgada del interior holandés. Se fue quitando el miedo y se acercaba timidamente al área visitante. Pero aún faltaba por venir la "compensación": Borja Valero acababa viendo la segunda amonestación y, dos minutos después, a Musacchio por codazo a Drenthe, que a su espectacular actuación hubo que añadirse esta muesca, y dejó a los de Esteban Vigo con ventaja numérica. Fueron poco más de diez minutos en los que se rondó merecidamente el 3-2, especialmente el disparo del "tulipán" y el remate de Pamarot, pero quizás hubiera sido demasiado premio para dos equipos que merecieron ganar y que se tuvieron que conformar, con mayor o menor alegría, con el reparto de puntos.
Apunte Resulta irónico pensar que la cabeza de Juan Manuel Lillo, deportivamente hablando, pueda estar en peligro ante el que hubiera sido su equipo en junio de 2009 cuando Juan Carlos Mandiá se marchaba a Santander y un medio de comunicación lo postulaba como mister herculano. La realidad es que fue Esteban el que acabó recalando para lograr el ascenso.