Original o no, éste era el único título posible para el artículo de esta semana. No quedan más cartuchos que disparar, y hay que acertar en todo el centro de la diana.
Un gran amigo mío me dijo una vez que le daban miedo las fiestas antes de los partidos, y con el tiempo acabé por darle toda la razón.
El ambientazo que se estaba viviendo en el Rico Pérez, y las oportunidades de que estaba gozando el Hércules durante el primer tiempo, poco hacía presagiar las enormes dificultades por las que habría de pasar el conjunto herculano, antes de poder retener los tres puntos en Alicante. Sin embargo, y a pesar de esas oportunidades, el gol no llegaba y, por el contrario, el gol que sí que llegó fue el del Rayo Vallecano en el minuto denominado psicológico, prácticamente al final de la primera parte. Jarro de agua fría, y yo acordándome de mi amigo.
Si la clave estaba entonces en empatar temprano, Portillo lo entendió a la perfección y a los tres minutos de la reanudación consiguió el empate, y a partir de ahí volvió a repetirse el guión del primer tiempo: dominio herculano, ocasiones herculanas,pero el gol seguía sin llegar y todos sabíamos cómo había acabado...pero esta vez el destino tenía una sorpresa reservada, y fue el Hércules quien marcó a tres minutos del final, de nuevo Portillo apareció providencial para empujar dentro de las mallas el balón que nos permite acceder a la final de Irún, el balón que nos permite seguir soñando con el ascenso a primera. Jamás había celebrado así un gol.
Irún es el último obstáculo, el Hércules es su último obstáculo. El equipo debe vencer sus miedos, olvidarse de la campaña que ha realizado este año fuera del Rico Pérez, hacer borrón y cuenta nueva. Es una nueva temporada, de un solo partido. Cara o cruz, ahora o nunca. Queda un partido, todavía no hemos subido, pero aún así llevamos un par de temporadas muy bonitas, la suerte está echada y, pase lo que pase, siempre MACHO HÉRCULES.