Supongo que aunque sea por reminiscencias del cine (seguro que más de uno retiene en la retina la imagen de John Wayne con el mapache en la cabeza), todo el mundo habrá oído hablar alguna vez de la batalla de El Álamo, que tuvo lugar durante el transcurso de la Guerra de la Independencia de Texas respecto de México ( Así contado parece un poco estrafalario, pero es cierto que Texas fue provincia de México, y no se trata de un desbarre tipo OP Center en Equilibrio de Poder, donde el traductor se tuvo que ganar el sueldo para matizar barbaridades tales como guerras fronterizas entre León y Zamora, eso sí, dejando un libro de humor, en uno bastante descafeinado) . En cuestión, la batalla de El Álamo consistió en la defensa a ultranza, en el año 1836, de la Misión fortificada de El Álamo, que llevaron a cabo unos 200 hombres, frente al ejército mexicano (de unos 4000) liderado por el General Santa Anna (en realidad, la batalla de Él Álamo fue una gota de agua dentro de todo el conflicto, pero a veces son estas pequeñas escaramuzas, las que cambian el signo de una guerra; como lo fue en su día la batalla de Covadonga frente a los Romanos; o la batalla de El Tambor del Bruch, en la Guerra de la Independencia contra los franceses, por poner ejemplos locales), y que ha quedado en la historia como símbolo de la resistencia hasta el último aliento .
El Hércules, tras el empate en Castellón, debe hacer de el Rico Pérez su Álamo particular, y es que debe morir por no dejar escapar ningún punto de su feudo, amén de sacar los más posibles fuera, y esperar a los enfrentamientos directos que quedan entre sus rivales, que parecen no fallar nunca. Paciencia y concentración es ahora lo que necesita ahora el equipo, y el apoyo de esas “tropas de refuerzo” que debemos ser los aficionados en los partidos que resten en casa, empezando por el de la matinal (otra vez) del próximo domingo frente al Nástic de Tarragona. Abróchense los cinturones que viene curva y esto sigue estando muy emocionante.